Todos miraron





Dio la casualidad que por razones distintas y desconocidas dos personas miraron hacia el mismo lugar en el mismo momento. Una tercera, que justo pasaba por ahí, al ver que observaban algo también miró, preguntándose qué era lo que estaban viendo. En ese instante una pareja se sumo al trío, mirando lo que los otros miraban, sin saber que veían, pero mirando. El grupo se hizo aún más numeroso cuando dos chicos de trece años, vencidos por la curiosidad, al ver a tantos adultos observando fijos un mismo punto, no pudieron menos que girar sus ojos en igual dirección.

No me acuerdo en qué punto me uní yo a la multitud (Para este instante ya era una multitud, sobrepasa los quince, veinte, aunque no podía saberlo con precisión debido a que sólo los podía observar de reojo), pero lo que sí me acuerdo es que me uní porque vi a todos apuntando la mirada hacia un mismo lugar. “Algo tiene que haber” sonó en mi cabeza, e interrumpí mis pensamientos y cosas, para ver.

Al principio no había nada, sólo una esquina irregular o una mancha en la pared, nada demasiado importante como para atraer la atención de tantas personas, pero ellos seguían, y yo seguía ahí, yo parte de ellos, buscando algo, mirando lo que nadie miraba pero todos miraban.

Hasta que de repente lo vi... Sí... Definitivamente tenía que ser eso lo que atraía la atención de tanta gente, ¿cómo puede explicarse sino el por qué de tantas personas paradas juntas, algunas cruzadas de brazos, otras no, con la cabeza levantada y los ojos fijos? Era algo medio negro, o marrón, o gris, o azul, no pude notar bien el color pero estaba manifestado en donde la pared cambiaba su tonalidad, ahí, en esa línea semi-recta, dividida en dos por la sombra que tiraba el árbol detrás nuestro.

Mentira, fue fruto de mi imaginación. No había nada ahí. No había absolutamente nada. Éramos todos víctimas de la casualidad, de la coincidencia, del juego maligno de algún dios aburrido con ganas de reírse de nosotros.

No creo haber sido yo el primero en darme cuenta de esta triste verdad, en el aire se notaba la incomodidad, flotaban entre nosotros esas ganas desesperadas de irnos, de darnos vuelta y correr, escapar de esta tortuosa simbiosis de mirar la nada. Pero ni uno de nosotros se atrevía a decirlo, nadie siquiera daba vuelta la cabeza hacia otro lado, fingiendo encontrar algo, y así continuar con su vida.

¿Diez, quince, veinte minutos habrán pasado ya? No lo sé, no podía mirar mi reloj, tenía ocupada mi vista con otra cosa, con lo mismo que les ocupaba a los individuos alrededor mío.

Sentí una gota de transpiración correr por mi espalda, la sentí correr por todas las espaldas, un escalofrío de terror, entre todos y cada uno.

Mis otros sentidos empezaron a hacerse más fuertes, podía escuchar con más claridad los sonidos, como cuando un hombre delante de mí tragó saliva, mucha saliva, y también cuando una mujer, a mi derecha, apretó los dedos y, clavándose las uñas en las palmas, trató de mitigar el dolor.

Seguramente fue esta exaltación de los sentidos lo que me hizo notar a la persona que lentamente se acercaba al grupo. Vestía de blanco (esto lo pude oler), sandalias (esto lo pude sentir) y llevaba el pelo largo, descuidado, como la barba de varias semanas (esto lo escuché).

Él no miro.

No miró, ¿entendés?, ¡No miró!... y yo, y cada uno de nosotros, víctimas del destino, nos dimos cuenta de que no miró. ¿Cómo explicar si no la tranquilidad en cada uno de sus movimientos?

Una ola de esperanza inundó nuestras almas. Él sería el salvador, el que nos sacaría de semejante tortura, él nos haría liberar los ojos, simplemente escapar y poder ser libres, otra vez, con nuestras vidas, y no estar sometidos a la voluntad del grupo, una voluntad sobre la cual nadie ejercía poder.

Cuando estuvo a tres pasos de distancia de nosotros la emoción se hizo casi intolerable. Todos suponíamos y sospechábamos lo que estaba a punto de acontecer. Él se acercaría, tiraría sus cabellos hacia atrás, y aclarándose la voz antes de hablar preguntaría qué estábamos haciendo. Le responderíamos que nada, nos reiríamos de la ridícula situación y cada uno seguiría su camino.

“¿Quién será el elegido?” pensaba, mientras los tres pasos se acortaban. Y ahí, cuando estaba a menos de medio metro de distancia, lo vi, de reojo, pero lo vi. Me había elegido a mí. Yo sería el cómplice salvador, el poder recaía sobre mí, sobre las palabras que estaban a punto de brotar de mis labios, fruto de una respuesta a una pregunta.

Él se acercó, echó sus pelos hacia atrás y aclarándose la voz me preguntó:
- ¿Qué es lo que todos ustedes están mirando?

Yo sonreí anticipando lo que estaba por venir y, con la cobardía acompañando un movimiento de mi brazo, respondí:
- ¿Qué pasa? ¿Acaso no lo ves? 



Sacado dBLOG

El pequeño Big Bang

    En los principios de la historia, los primeros pobladores fueron nómades, sin conocimiento ni razón alguna sobre que podía existir en el horizonte; toda tierra era nueva y a la vez una; existía el presente y un vacío. Luego, con el correr del tiempo y la asimilación del espacio el ser humano fue afincándose y pasando de la condición nómade a la sedentaria: grandes imperios se establecían y su campo presente se expandía: aunque reducido a su propio Imperio y anexos, la asimilación del espacio se había extendido: de allí se pasó a Reinos, y luego a Monarquías.  Siempre en constante extensión, el espacio absorbió América y el mundo se fue haciendo uno.
 Y así el mundo se fue agrandando.
    Una vez marcados con hilos sus límites, estos hilos tuvieron corriente y se transformaron en conductores de electricidad, y así nació la tecnología de la comunicación. Ya conectado, los espacios fueron conociéndose más profundamente. Se amigaron los hilos y se entrelazaron hasta formar uno, que abarcara todo el Mundo.
   Y así el mundo se fue achicando.
 El cielo fue tapado por Cables y ahora, con el cielo negro, tiran unos contra otros y van viniendo, cada vez más terrible lo cerca, cada vez más rápido y tensionados.
   Y así el mundo se va atrofiando.


Pequeña anécdota de la vida cotidiana

 Hace un días estaba yo chateando, como usualmente hago a través de MSN, cuando una amiga me manda una canción cantada y compuesta por ella misma, pidiendome que la escuche y le diga mi parecer. Dada la naturaleza del pedido y por la forma tendenciosa de enviarmela pude determinar que realmente no me estaba pidiendo una opinión sino que su objetivo era el lograr alguno de estos tres puntos:

 1. Que yo escuche su canción.
 2. Que yo (y todos) sepa (sepamos) que está componiendo, para sentirse bien y orgullosa de sí misma (Causa y consecuencia).
 3. Obtener una alabanza hacia su creación, para sentirse bien y orgullosa de sí misma (Causa y consecuencia).

 Realmente, lo enviado no me gustó. Me puse a pensar en las dos opciones que me quedaban:

  1)Decirle que su música distaba mucho de ser amigable para mis oídos.
  2) Decirle lo que ella quería escuchar.

 Lo malo es que si tomaba la primera opción podían pasar varias cosas:

 1) Que se sienta golpeada y triste; alicaída, contribuyendo yo a una etapa de frustración de la que pudiesen salir varias variantes (en las que no me voy a meter).
 2) Que se enoje.
 3) Que me mande a la mierda omitiendo mi opinión.

 En ese mismo momento recordé los versos de Charly García de cierta canción de su disco "pirata" Kill Gill:

Y cada vez que pedimos perdón teniendo la razón, 
por descomposición, tratando de agradar

nos hacemos daño.

Llevados a mi situación la letra se puede reformular de otra manera: el mentir va en contra de mi naturaleza y condición, y por tanto, no es un acto salubre ni bueno. 
Por otro lado, todo artista o en vías de serlo debe chocar contra la crítica y superarla, ya sea aceptándola y teniéndola en cuenta para sus posteriores obras u omitiéndola completamente

 Ya pensado este último razonamiento me decidí a ser sincero para con ella y su canción y así fue la conversación:
 - No me gustó, che.
 - Por?
 - No sé, pero no me gustó. Quizás me parezca un poco artificial y plástica, pero de todas formas no soy músico ni tampoco tengo las competencias como para darte una crítica fundamentada.
 - OK.

 Se enojó... En ese mismo momento me acordé del Mio Cid campeador, donde el Rey solo escuchaba a aquellos súbditos que le eran mentirosos y aduladores, mientras que aquellos que decían la verdad y le expresaban sus críticas verdaderas y en pro del reino eran mandados al exilio.

El enigma de Casandra: Adonis

Las rosas del jardín de Adonis

Son las que yo amo, Lydia, esas efímeras rosas
Que en el día de su nacimiento,
En ese mismo día, mueren.

La luz es eterna para ellas, pues
Nacen con el sol cuando ya ha salido, y se acaban
Antes que Apolo pudiera incluso iniciar
Su trayectoria visible.

Como ellas, déjanos hacer de nuestras vidas un día,-
Voluntariamente, Lydia, desconociendo
Que existe la noche antes y después
El poquito que perduramos.

Fernando Pessoa (1888-1935)


El mito de Adonis


Mirra, incitada por Afrodita, mantuvo una relación incestuosa con su padre, Tías, rey de Siria. Fue convertida en el árbol de la mirra por la propia Afrodita y de ese árbol nació Adonis.
El niño fue recogido por Afrodita, que lo dejó al cuidado de Perséfone. Las dos divinidades acabaron disputando por Adonis, hasta que Zeus decidió que pasara un tercio del año con cada una y un tercio del año libremente. Él pasaba siempre dos tercios con Afrodita por propia voluntad.
Murió por el ataque de un jabalí, causado por los celos de Ares,el amante de Afrodita.
Su muerte está relacionada con el color rojo de la rosa. Cuando Afrodita corrió a socorrer a Adonis en su trance mortal, se clavó una espina de rosa, que era una flor de color blanca, y ésta se tiñó con su sangre. Por esta razón la rosa es la flor consagrada a la diosa Afrodita.

El Tártaro




El Tártaro 


Toca el timbre y los alumnos gritan. Los acompaño con aplomo, con los pies amortajados y un bastón en la espalda. Van cinéticos jinetes, decapitan y los caballos transpiran, agarran el apero, van las guainas flameando las crines sobre la cara, que no me arrancan porque saben que voy al sacrificio, so huaso: hace tiempo aprendí a no asustarme del malón que me carnea. Falta poco para entrar al aula y alcanzar la cima, al fin, de Kukulkán. Entro y cierro de un portazo, todos tiesos esperando, y como Quetzales miran que me planto y como bruja parto, subo un pie y prendo fuego el nervio de la hoguera, levanto la hoja y asquerosos unitarios escupo nombres, maulas digo, cállense la boca, tiemblo un poco y me pierdo entre verdugos. De a poco aprendo a sentirlos hombres, no ya dioses, y a resignarme por la peste bubónica con que infestan mis sueños; todas ratas, ratas unitarias asquerosas. Dejo la lista y les repaso los ojos, grito un poco y se amedrantan. Todo verbo y gárgara. De magister nada; solo existe el libro de texto proscripto que es mi Biblia y mi Corán, mi Popol Vuh y mi Sangre, y sobre él me abro y me explayo y convenzo a mis captores de convicciones que descreo: Amadís y el campeador, Poe y su tristeza y alguna otra cosa que ellos dormitan entre sus divinos dedos, releo cuentos y grito un poco, mañana voy a tener un papá gritando y le voy a arrancar los ojos. El sacrificio tiene sus cuotas que voy pagando para no ser menos que el bravo Juan Moreira. Ya me siento en una ciudad sobre un pantano y me da miedo que se hunda, que la prendan fuego. Cortés me trata de bárbaro desde aquel banco y aquel me grita loco. ¿Loco? ¿Yo, loco? Ésta si no te la voy a perdonar, saco un arma y disparo. 
Van veinte años en Devoto.

Las cuatro etapas

Los abismos

A la tierna edad de los catorce el puritanismo me rozó la boca y jugó la sotana entre mis pies. Alguna que otra vez me imaginaba en los altares de las calles gritando ofrendas, sacrificios y pancartas: quería ser Dios entre los hombres, jugaba con ello. Gritaba, muy de vez en cuando, en mi cuarto, sólo, preguntándome que qué mal había hecho, porqué no era digno de la estigmación, quiénes eran en verdad esos santos y porqué no podría ser como ellos. Jugaba a ser Dios y Dios se reía de mí, como un arcángel, adentro mío. Veía las flores y me asombraba de su belleza, y quería ser ellas, no quería al lobezno dentro mío, y por ello lloraba. Y por ello renunciaba a las mujeres. Las rechazaba no por malas; creía que yo era sólo, un solitario, casi un paria de la dulzura… ¡Contradicción humana!. Destinado estaba, me suponía, a salvar al mundo, a gritar al mundo la santidad de las cosas buenas, y no de las malas. El acto más inocente de consecuencias adversas ya me entristecía y me desvariaba: así casi llegué a estar loco.
  Hubo un día, lo recuerdo bien, que se me acercó una muchacha y me preguntó porqué no la quería. Le contesté lo que yo era, menos que Dios y Jesús, pero que en mi intento iba a morir, lo sabía, y llevaría una vida un tanto digna y un poco magra. Pero claro, las Madres no quieren héroes y mis amigos me acechaban. -¿Querés ser santo?”-me decían. Se acabaron hace tiempo-. Y así me quedaba sin lo sensual y sin lo sacro
   Más tarde adiviné que las hojas no hacen al viento, y me pregunté si no esquivaba fantasmas de la infancia. Y así predije que aquel encuentro con prostitutas cuando mi edad escaseaba no me hacia buscar lo sacro entre las migajas de mi condición humana… Y la vida, que te lleva por abismos tristes y oscuros, devoró las ansias de grandeza, y pude crecer, de una vez, de corazón

Distancia

 Usted que ve en mí
¡Tantas rosas!
tantas caricias sinceras
tantos abrazos que le traigo
y un poco de música
y parodias y alegría,
casi tanta irresponsabilidad
y juegos, y bondad
y esa cosa tibia que le dan
las gentes que lo quieren
y está sólo, usted
y yo acá.

El árbol

 Andaba sólo por la selva, era de mañana cuando vi el gran árbol. Lo rodeé pensando mucho tiempo, se hizo casi la tarde, hasta que me decidí y trepé. Escalé por su tronco, dormí en sus ramas, me rasgué las uñas y caí tantas veces. Poco a poco llegué a su cima.  
Recorrí aquel árbol desde abajo, y así lo conocí. Ya sospechaba yo como serían las estrellas, ya me enamoré yo de su brillante tul y bandera. Vi las nubes y los soles, descubrí planetas en el cielo y jugué con mi Luna. Siguieron los días y miré otras copas, más bajas que la mía y comprendí que mi soledad era tan infinita como mi alegría de poder conocer a las estrellas. Me vi sólo rodeado de personas mirando desde abajo, que no podían verme con claridad, pues las hojas los tapaban. Y así me propuse cambiar estrellas por palabras, y así fui regalando versos y metáforas. 
Yfui feliz.