La poética de los muertos

 Escribo como quien va a la muerte, como quien murió hace tiempo.
 Escribo desde un laúd del siglo quinto antes de Cristo.
 Escribo para que se asusten, para que lloren.
 Escribo intentando trascenderme.
 Escribo desde el fondo de un pozo, viendo a los sepultureros levantando la tierra, sosteniendo la pala, hipnotizados por el crujir de la grava, en silencio, sin vida. Los veo ejercitando su oficio a plena luz del día, por la mañana, entre robles y flores que vinieron a resucitar a los muertos. Los veo transpirando la tumba, dejando su huella sobre mi sarcófago de tierra. Uno se limpia el sudor de su frente con el codo uncido en santa transpiración de vida y el otro clava la pala profundo, hondo,y descansa sobre ella, en actitud de rezo, contemplativo su rostro, finalizando el mantra, disponiendo mi última morada.
 Escribo tranquilo, midiendo cada palabra, exigiéndole espíritu a mis letras.
 Escribo desde las sombras, desde la mierda.
 Escribo un réquiem para los muertos.
 Escribo en un castillo de Austria, en la habitación más austral y alta, acompañado de un candelabro y una copa de frío vino, mirando la niebla que se acumula en la ventana, coronada de blancos laureles de invierno. Escribo con una mano con gota, agarrotada, mientras una gota de sudor, tras mis ropas, me recorre la espalda.   Escribo en burocracia, para mi señor y súbditos, para las infinitas habitaciones de mi castillo. Escribo entre el canto y la risa: espero a Rosaura.

Balada para un loco



Pero ya no hay locos (De León Felipe)
Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. Se murió aquel manchego, aquel estrafalario fantasma del desierto y ... ni en España hay locos. Todo el mundo está cuerdo, terrible, monstruosamente cuerdo.
Oíd ... esto,
historiadores ... filósofos ... loqueros ...
Franco ... el sapo iscariote y ladrón en la silla del juez repartiendo castigos y premios,
en nombre de Cristo, con la efigie de Cristo prendida del pecho,
y el hombre aquí, de pie, firme, erguido, sereno,
con el pulso normal, con la lengua en silencio,
los ojos en sus cuencas y en su lugar los huesos ...
El sapo iscariote y ladrón repartiendo castigos y premios ...
y yo, callado, aquí, callado, impasible, cuerdo ...
¡cuerdo!, sin que se me quiebre el mecanismo del cerebro.
¿Cuándo se pierde el juicio? (yo pregunto, loqueros).
¿Cuándo enloquece el hombre? ¿Cuándo, cuándo es cuando se enuncian los conceptos
absurdos y blasfemos
y se hacen unos gestos sin sentido, monstruosos y obscenos?
¿Cuándo es cuando se dice por ejemplo:
No es verdad. Dios no ha puesto
al hombre aquí, en la Tierra, bajo la luz y la ley del universo;
el hombre es un insecto
que vive en las partes pestilentes y rojas del mono y del camello?
¿Cuándo si no es ahora (yo pregunto, loqueros),
cuándo es cuando se paran los ojos y se quedan abiertos, inmensamente abiertos,
sin que puedan cerrarlos ni la llama ni el viento?
¿Cuándo es cuando se cambian las funciones del alma y los resortes del cuerpo
y en vez de llanto no hay más que risa y baba en nuestro gesto?
Si no es ahora, ahora que la justicia vale menos, infinitamente menos
que el orín de los perros;
si no es ahora, ahora que la justicia tiene menos, infinitamente menos
categoría que el estiércol;
si no es ahora ... ¿cuándo se pierde el juicio?
Respondedme loqueros,
¿cuándo se quiebra y salta roto en mil pedazos el mecanismo del cerebro?
Ya no hay locos, amigos, ya no hay locos. Se murió aquel manchego,
aquel estrafalario fantasma del desierto
y ... ¡Ni en España hay locos! ¡Todo el mundo está cuerdo,
terrible, monstruosamente cuerdo! ...
¡Qué bien marcha el reloj! ¡Qué bien marcha el cerebro!
Este reloj ..., este cerebro, tic-tac, tic-tac, tic-tac, es un reloj perfecto ...,
perfecto, ¡perfecto!

Apología

Cuando de una fuente que empuja, por los nítidos focos los cristales, a su vez ubicada en una cueva hermosa cuyas paredes de piedra reflejan la nítida agua que extiende un halo de luz verde azulada, cubierta de una noche violeta de estrellas y donde un suelo la tapa de brillantes, verdes pastos, bebe un hombre, la sabia de su cuerpo se agita violenta y le electriza los dedos, sacia su sed y el hambre, y descubre con asombro la inmensidad del universo; que no existe nada más allá de su alma, y que no hay verdad absoluta, sino infinitas y cambiantes, pues no es el hombre uno solo –dirá Heráclito- sino infinitos, como el río, y es allí, en este momento, cuando se piensa el amor a solas, a secas, hacia uno mismo, y descubre que si te quiero... es porque me quise a mí primero.

Náhuatl

Como la planta que quedó bajo las moles de un edificio que se derrumba y, tras calvarios de lucha, logra encumbrar entre los escombros sus ramas, así la mente de los indios vencidos sintió la herida en lo más hondo, pero no quedó muerta: tomó lo que pudo y quiso de los invasores y siguió desenvolviendo su propia vida. ¡No en vano El, que vigila sobre los destinos de los pueblos, ha querido que sea siempre una luz encendida en el tiempo cada mente colectiva que se formó en la Historia! 

Historia de la Literatura Náhuatl, Pág. 8, Porrúa, México, 1971

Miedo

Tengo miedo del futuro
Tengo miedo del después.
Tengo miedo de mi fracaso
y de mi quehacer diario.
¿Qué voy a ser? ¿A dónde me van a atrapar? ¿Qué va a venir? No sé si lo que hago, hoy, es lo que siento que deba hacer. ¿Porqué no me proyecto? ¿Qué quiero? ¿Porqué hago lo que no me supongo bueno? ¿Hasta cuando va a durar? ¿Cuánto va a doler? ¿Va a sangrar?
¿Dolerá?
Si el silicio me mata, si me dan de tomar la sicuta, si la ciudad me espanta, si ya no creeré en Dioses y atrás de un mostrador voy a vender una y otra vez mi alma, ¿seré feliz? ¿Porqué no escapo? ¿Porqué no me escurro? Tengo espanto de un mañana y a la vez me atrae como miel en la ventana. A veces pienso con envidia de los santos yhogis, de un samana, del atman. Presiento que la pasión no es inherente al alma y que necesita de una obsesión bucólica para llevarse a cabo. No es la diosa razón mi atalaya, ni las pasión mi carne. Creo que estoy seco, bien seco. Que voy por camino yerto. Que mi carrera es un camino de piedras, de cantos rodados sin aristas. Creo que me atrapa una mortaja. ¿Qué objetivo es bueno? Soy feliz, lo soy, ¿Pero a qué precio?
¿Y quienes son los muertos de mi felicidad?
Creo que caí en la trampa-

Jorge Luis: Siete noches

http://es.scribd.com/doc/17724261/Borges-Jorge-Luis-Siete-noches

Noche quinta: la poesía.


El panteísta irlandés Escoto Erígena dijo que la Sagrada Escritura encierra un número infinito de sentidos y la comparó con el plumaje tornasolado del pavo real. Siglos después un cabalista español dijo que Dios hizo la Escritura para cada uno de los hombres de Israel y por consiguiente hay tantas Biblias como lectores de la Biblia. Lola Biblia y del destino de cada uno de sus lectores. Cabe pensar que estas dos sentencias, la del plumaje tornasolado del pavo real de Escoto Erígena, y la de tantas Escrituras como lectores del cabalista español, son dos pruebas, de la imaginación celta la primera y de la imaginación oriental la segunda. Pero me atrevo a decir que son exactas, no sólo en lo referente a la Escritura sino en lo referente a cualquier libro digno de ser releído.]Emerson dijo que una biblioteca es un gabinete mágico en el que hay muchos espíritus hechizados. Despiertan cuando los llamamos; mientras no abrimos un libro, ese libro, literalmente, geométricamente, es un volumen, una cosa entre las cosas. Cuando lo abrimos, cuando el libro da con su lector, ocurre el hecho estético. Y aun para el mismo lector el mismo libro cambia, cabe agregar, ya que cambiamos, ya que somos (para volver a mi cita predilecta) el río de Heráclito, quien dijo que el hombre de ayer no es el hombre de hoy y el de hoy no será el de mañana. Cambiamos incesantemente y es dable afirmar que cada lectura de un libro, que cada relectura, cada recuerdo de esa relectura, renuevan el texto. También el texto es el cambiante río de Heráclito.



Esto puede llevarnos a la doctrina de Croce, que no sé si es la más profunda pero sí la menos perjudicial: la idea de que la literatura es expresión. Lo que nos lleva a la otra doctrina de Croce, que suele olvidarse: si la literatura es expresión, la literatura está hecha de palabras, el lenguaje es también un fenómeno estético. Esto es algo que nos cuesta admitir: el concepto de que el lenguaje es un hecho estético. Casi nadie profesa la doctrina de Croce y todos la aplican continuamente.



Decimos que el español es un idioma sonoro, que el inglés es un idioma de sonidos variados, que el latín tiene una dignidad singular a la que aspiran todos los idiomas que vinieron después: aplicamos a los idiomas categorías estéticas. Erróneamente, se supone que el lenguaje corresponde a la realidad, a esa cosa tan misteriosa que llamamos realidad. La verdad es que el lenguaje es otra cosa.

Pensemos en una cosa amarilla, resplandeciente, cambiante; esa cosa es a veces en el cielo, circular; otras veces tiene la forma de un arco, otras veces crece y decrece. Alguien —pero no sabremos nunca el nombre de ese alguien—, nuestro antepasado, nuestro común antepasado, le dio a esa cosa el nombre de luna, distinto en distintos idiomas y diversamente feliz. Yo diría que la voz griega Selene es demasiado compleja para la luna, que la voz inglesa moon tiene algo pausado, algo que obliga a la voz a la lentitud que conviene a la luna, que se parece a la luna, porque es casi circular, casi empieza con la misma letra con que termina. En cuanto a la palabra luna, esa hermosa palabra que hemos heredado del latín, esa hermosa palabra que es común al italiano, consta de dos sílabas, de dos piezas, lo cual, acaso, es demasiado. Tenemos lúa, en portugués, que parece menos feliz; y lune, en francés, que tiene algo de misterioso.



Ya que estamos hablando en castellano, elijamos la palabra luna. Pensemos que alguien, alguna vez, inventó la palabra luna. Sin duda, la primera invención sería muy distinta. ¿Por qué no detenernos en el primer hombre que dijo la palabra luna con ese sonido o con otro?

Hay una metáfora que he tenido ocasión de citar más de una vez (perdónenme la monotonía, pero mi memoria es una vieja memoria de setenta y tantos años), aquella metáfora persa que dice que la luna es el espejo del tiempo. En la sentencia “espejo del tiempo” está la fragilidad de la luna y la eternidad también. Está esa contradicción de la luna, tan casi traslúcida, tan casi nada, pero cuya medida es la eternidad.



En alemán, la voz luna es masculina. Así Nietzsche pudo decir que la luna es un monje que mira envidiosamente a la tierra, o un gato, Kater, que pisa tapices de estrellas. También los géneros gramaticales influyen en la poesía. Decir luna o decir “espejo del tiempo” son dos hechos estéticos, salvo que la segunda es una obra de segundo grado, porque “espejo del tiempo” está hecha de dos unidades y “luna” nos da quizá aun más eficazmente la palabra, el concepto de la luna. Cada palabra es una obra poética.



Se supone que la prosa está más cerca de la realidad que la poesía. Entiendo que es un error. Hay un concepto que se atribuye al cuentista Horacio Quiroga, en el que dice que si un viento frío sopla del lado del río, hay que escribir simplemente: un viento frío sopla del lado del río. Quiroga, si es que dijo esto, parece haber olvidado que esa construcción es algo tan lejano de la realidad como el viento frío que sopla del lado del río. ¿Qué percepción tenemos? Sentimos el aire que se mueve, lo llamamos viento; sentimos que ese viento viene de cierto rumbo, del lado del río. Y con todo esto formamos algo tan complejo como un poema de Góngora o como una sentencia de Joyce. Volvamos a la frase “el viento que sopla del lado del río”. Creamos un sujeto: viento; un verbo: que sopla; en una

La lucidez. Alejandra Pizarnik

“La lucidez es un don y es un castigo, está todo en la palabra, lúcido viene de Lucifer, el arcángel rebelde, el demonio. Pero también se llama Lucifer, el lucero del alba, la primera estrella, la más brillante, la última en apagarse. Lúcido viene de Lucifer, y Lucifer viene de Lux y de Fergus que quiere decir, el que tiene luz, el que genera luz, el que trae la luz que permite la visión interior, el bien y el mal, todo junto; el placer y el dolor. La lucidez es dolor y el único placer que uno puede conocer, lo único que se parecerá remotamente a la alegría, será el placer de ser consciente de la propia lucidez, el silencio de la comprensión, el silencio del mero estar, en esto se van los años, en esto se fue la bella alegría animal.”
A. Pizarnik. Citado en Lugares comunes.