Apología

Cuando de una fuente que empuja, por los nítidos focos los cristales, a su vez ubicada en una cueva hermosa cuyas paredes de piedra reflejan la nítida agua que extiende un halo de luz verde azulada, cubierta de una noche violeta de estrellas y donde un suelo la tapa de brillantes, verdes pastos, bebe un hombre, la sabia de su cuerpo se agita violenta y le electriza los dedos, sacia su sed y el hambre, y descubre con asombro la inmensidad del universo; que no existe nada más allá de su alma, y que no hay verdad absoluta, sino infinitas y cambiantes, pues no es el hombre uno solo –dirá Heráclito- sino infinitos, como el río, y es allí, en este momento, cuando se piensa el amor a solas, a secas, hacia uno mismo, y descubre que si te quiero... es porque me quise a mí primero.

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