Los Nadies


Quieren que vuelen pájaros sobre su frente y que mariposas salgan de su barba, que Rubén escriba un verso y que la joroba amarillenta se haga roja se haga negra. Las flores se lucen, con su esplendor de pobreza, sobre los vellocinos que exhalan en cada suspiro la luz que los arma, la bala de su arma. Y su belleza y miseria y ruin flaqueza la hacen la masa humana más compacta, más fuerte y brava. Su lanza es la batalla y su escudo la patria. Veo en sus miradas el feo fuego de la nada y un fuego en llamas de venganza. Exhala ruidos la asamblea y Dioclesiano mata muertos ya matados. Uno, dos, tres, cuerpos para el Thámesis, Un, dos, tres, y paf, cae recto el viejo poeta. Un dos tres, muertos allí, cuatro cinco seis y en una cárcel un grito clama Guardia.

Marco Livio Druso el Tribuno



“The secret of the demagogue is to make himself as stupid as his audience so that they believe they are as clever as he”
Karl Kraus

Cualquier parecido con la actualidad no es pura coincidencia.

Marco Livio Druso el Tribuno (Latín: Marcus Livius Drusus; muerto en 91 a. C.) fue un político romano, hijo de Marco Livio Druso el Censor.

Fue elegido tribuno en 92 a. C. Al contrario que su padre siguió una política favorable a la plebe, aunque con la idea de fortalecer el mando del Senado. Su primer objetivo fue acabar con el monopolio que mantenía el orden ecuestre sobre las quaestiones. Para ello presentó una ley frumentaria demagógica y devaluó la moneda, con lo que enriqueció al Tesoro y alivió las deudas, a costa de los caballeros, que eran acreedores universales. Asimismo quitó el mando de los jurados al orden ecuestre, por la condena injustificada de Publio Rutilio Rufo el mismo año de su elección.
En compensación por su ley judicial, hizo incluir entre los senadores un número de caballeros igual al de los Padres, pero lo que consiguió fue provocar el descontento de ambos órdenes.
Para conseguir el apoyo de los plebeyos, presentó una ley agraria más radical que la de los Gracos, pero la política romana estaba viciada por una contradicción profunda. Druso ofreció un acuerdo secreto a los aliados italianos, prometiendo la ciudadanía romana para todos, a cambio de que corrieran con los gastos de la nueva distribución de tierras. Sin embargo, se opusieron los terratenientes, que no querían perder sus tierras, y también la plebe, que no querían ver igualados sus derechos por los itálicos.
En un clima de guerra civil, Druso fue desaprobado oficialmente por el Senado y a los pocos días murió apuñalado en su casa por un desconocido. Su muerte desencadenó la Guerra social, que duró desde 91 a. C. hasta 88 a. C.



...Marco, que la historia te juzgue....

César Gonzales: Un poeta y escritor desde la cárcel


ASÍ ES EL VIEJO OFICIO DEL POETA


En marzo, recuperó la libertad y de inmediato se inscribió en la Universidad de Buenos Aires para cursar la carrera de Filosofía. Hoy se define, sin rodeos, como “poeta” y reconoce el modo poco ortodoxo en que descubrió su nueva profesión: “Necesitaba materializar tanta necesidad de desahogarme, darle forma a todo eso.

Empecé a escupir en una hoja sin saber bien qué nombre tenía eso que estaba escupiendo”. Honestidad brutal, sin dudas. A pesar admitir que no es un especialista en poesía, supo elegir importantes plumas como punto de partida para su producción propia.

“Mi referente es Oliverio Girondo. Fue un revolucionario, se atrevió a hacer un lindo quilombo con el estilo poético y diciendo cosas interesantes. Después te puedo nombrar un poco de García Lorca, un poco de Bukowski y mucho de la poesía de Los Redondos.

El Indio Solari es una gran influencia para mí”, relató enumerando a sus autores favoritos elegidos bajo un criterio sumamente ecléctico. La literatura le llegó por mera casualidad.

“Los libros entraron en mi vida gracias a Merok, un mago que daba cursos en los institutos de menores de Capital. Él enseñaba en el taller venciendo prejuicios e indiferencias adentro de los pabellones.

Nos enseñaba un truquito y nos hablaba de Rodolfo Walsh, del “Che” Guevara, de Eduardo Galeano, de los Túpac Amaru”,
describió el rito inciático que lo acercó a la lectura.

Luego, comenzó a agregar nuevos títulos y autores bajo su propio discernimiento. Es consciente de que “si no fuera por la literatura, ya estaría muerto y sería un número más en los legajos policiales”.

También que para él antes de tener este trato íntimo con los libros, si le consultaban quién era Rodolfo Walsh, hubiera respondido “un jugador de fútbol”. Además, plantea como una solución posible para prevenir acciones delictivas “inundar de cultura la villas”. Planteo razonable y para tener en cuenta.






Heliogábalo el horrible



El emperador romano Heliogábalo, cuyo verdadero nombre era Vario Avito Basiano, reinó la capital del ya decadente imperio desde el año 218 al 222.

Totalmente supeditado a su madre, Julia Soemis Basiana, no realizaba ninguna gestión en la administración del estado sin su aprobación, mientras ella llevaba una vida similar a la de las meretrices, cometiendo en Palacio todo tipo de deshonestidades.

Según narra Elio Lampridio en la Historia augusta, los excesos de Heliogábalo no tuvieron fin. De comportamiento transexual, buscaba emisarios por toda Roma que le procurasen hombres bien dotados y "representaba en la corte la leyenda de Paris, haciendo él mismo el papel de Venus, de tal manera que, inesperadamente, dejaba caer sus vestidos hasta los pies y se ponía desnudo, de rodillas, con una mano en pecho y otra en los genitales, echando hacia atrás sus nalgas y presentándoselas a su amante. Depilaba todo su cuerpo y configuraba además su rostro con la misma figura que a Venus, pues se consideraba capaz de satisfacer la pasión de muchísimas personas."

En Roma nadie se atrevía a rechazar una invitación para cenar con el emperador. Lo mejor que se podía esperar era una velada de lo más desagradable; lo peor una muerte particularmente indigna. Porque el joven emperador dedicó su corto reinado a gastar pesadísimas bromas a algunos de sus infortunados súbditos.

Una de sus diversiones predilectas era invitar a cenar a los siete hombres más gordos de Roma. Se les sentaba en almohadones llenos de aire que eran pinchados de improviso por unos esclavos, derribando al suelo a los obesos comensales. A otros invitados se les servía comida artificial elaborada con cristal, mármol y marfil. La etiqueta exigía que la comieran.

Cuando se servía auténtica comida, los invitados debían estar preparados para encontrar arañas en la gelatina o excremento de león en la repostería. Quien comía demasiado y se quedaba adormilado podía despertar en una habitación llena de leones, leopardos y osos. Si sobrevivía a la impresión pronto descubría que los animales estaban domesticados.

Heliogábalo era muy aficionado a los animales, y con frecuencia su carroza era tirada por perros, ciervos, leones o tigres. Pero existían las mismas probabilidades de verlo llegar a una ceremonia oficial en una carreta tirada por mujeres desnudas.

Con frecuencia ordenaba a sus esclavos que recogiesen telas de araña, ranas, escorpiones o serpientes venenosas que enviaba como regalo a sus cortesanos. En cierta ocasión concibió la idea aparentemente placentera de derramar pétalos de rosa sobre los invitadas a una de sus cenas. Pero empleó tal cantidad que algunos de los comensales se asfixiaron.

Realizó sacrificios de toros en honor a Ceres y otras divinidades que se realizaban sobre una plataforma con orificios, bajo la que recibía la sangre de la víctima ofrendada. Practicó también los ritos de Salambo, que incluían el acto de castración en conexión con distintos cultos orientales. Sacrificó víctimas humanas, eligiendo para ello en toda Italia niños nobles y hermosos cuyos padres y madres vivieran aún con el fin de que la muerte les resultara más dolorosa a ambos.

Construyó unos baños públicos en la mansión imperial y, al mismo tiempo, abrió al pueblo los de Plauciano, para poder así descubrir las cualidades de los hombres mejor dotados sexualmente. Puso un particular empeño en que buscaran a los "onobelos" -que en griego significa "de pene de asno"-, por los lugares más escondidos de toda la ciudad y entre los marineros. Durante su gobierno, encumbró al poder a Aurelio Zotico, un atleta de Esmirna llevado a Roma por orden suya, con quien se casó.

Llamó para ocupar la prefectura del Pretorio a un bailarín que había actuado en Roma como actor, nombró prefecto de la guardia al auriga Cordio y prefecto de los víveres al barbero Claudio. Ordenó recaudar los impuestos de herencias a un mulatero, a un corredor, a un cocinero y a un cerrajero.

Sus despilfarros vaciaron las arcas del estado. En ocasiones se hacía construir un baño suntuoso, lo utilizaba una sola vez y luego lo mandaba destruir. Se dice que fue el primero de los romanos que usó vestidos confeccionados totalmente en seda, llamando mendigos a los que usaban por segunda vez una vestimenta que hubieran lavado. Jamás emprendió un viaje con menos de sesenta carruajes. Disponía de carros cubiertos de piedras preciosas y oro y despreciaba los que estaban hechos de plata, marfil o bronce. Capturó una ballena y la pesó, haciendo servir a sus amigos una cantidad de pescado proporcional al del peso de aquella. Hizo hundir en el puerto navíos ya cargados, diciendo que esta acción era una muestra de su magnanimidad.

Pero Roma no aprobaba su suntuosa manera de vivir, ni compartía su sentido del humor. Su propia guardia pretoriana lo asesinó obedeciendo órdenes de su abuela. Ahogado en excrementos en una letrina, su cuerpo fue arrastrado por las calles de Roma y arrojado al Tíber con un peso atado al cuello para que no tuviera sepultura.

El excéntrico emperador acababa de cumplir diecisiete años de edad.



El libro de Artaud sobre el susodicho:
Download http://bilboquet.es/documentos/Artaud,%20Antonin%20-%20Heliogabalo%20O%20El%20Anarquista%20Coronado.pdf

Pedro Salinas y el oficio del poeta

EL HOMBRE SE POSEE EN LA MEDIDA QUE POSEE SU LENGUA


Pedro Salinas. Defensa del lenguaje. Madrid, Alianza Editorial, 1992 (edición no venal).


No habrá ser humano completo, es decir, que se conozca y se dé a conocer, sin un grado avanzado de posesión de su lengua. Porque el individuo se posee a sí mismo, se conoce, expresando lo que lleva dentro, y esa expresión sólo se cumple por medio del lenguaje.

Ya Lazarus y Steinthal, filólogos germanos, vieron que el espíritu es lenguaje y se hace por el lenguaje. Hablar es comprender, y comprenderse es construirse a sí mismo y construir el mundo. A medida que se desenvuelve este razonamiento y se advierte esa fuerza extraordinaria del lenguaje en modelar nuestra misma persona, en formarnos, se aprecia la enorme responsabilidad de una sociedad humana que deja al individuo en estado de incultura lingüística. En realidad, el hombre que no conoce su lengua vive pobremente, vive a medias, aun menos.

¿No os causa pena, a veces, oír hablar a alguien que pugna, en vano, por dar con las palabras, que al querer explicarse, es decir, expresarse, vivirse, ante nosotros, avanza a trompicones, dándose golpazos, de impropiedad en impropiedad, y sólo entrega al final una deforme semejanza de lo que hubiese querido [nótese el subjuntivo] decirnos? Esa persona sufre como de una rebaja de su dignidad humana. No nos hiere su deficiencia por vanas razones de bien hablar, por ausencia de formas bellas, por torpeza técnica, no. Nos duele mucho más adentro, nos duele en lo humano; porque ese hombre denota con sus tanteos, sus empujones a ciegas por las nieblas de su oscura conciencia de la lengua, que no llega a ser completamente, que no sabremos nosotros encontrarlo.

Hay muchos, muchísimos inválidos del habla, hay muchos cojos, mancos, tullidos de la expresión. Una de las mayores penas que conozco es la de encontrarme con un mozo joven, fuerte, ágil, curtido en los ejercicios gimnásticos, dueño de su cuerpo, pero que cuando llega al instante de contar algo, de explicar algo, se transforma de pronto en un baldado espiritual, incapaz casi de moverse entre sus pensamientos; ser precisamente contrario, en el ejercicio de las potencias de su alma, a lo que es en el uso de las fuerzas de su cuerpo.

Podrán aquí salirme al camino los defensores de lo inefable con su cuento de que lo más hermoso del alma se expresa sin palabras. No lo sé. Me aconsejo a mí mismo una cierta precaución ante eso de lo inefable. Puede existir lo más hermoso de un alma sin palabras, acaso. Pero no llegará a tomar forma humana completa, es decir, convivida, consentida, comprendida por los demás. Recuerdo unos versos de Shakespeare, en The Merchant of Venice, que ilustran esa paradoja de lo inefable:

Madam, you have bereft me of all words,

Only my blood speaks to you in my veins.


Es decir, la visión de la hermosura le ha hecho perder el habla; lo que en él habla desde dentro es el ardor de su sangre en las venas. Todo está muy bien, pero hay una circunstancia que no debemos olvidar, y es que el personaje nos cuenta que no tiene palabras por medio de las palabras, y que sólo porque las tiene sabemos que no las tiene. Hasta lo inefable lleva nombre: necesita llamarse «lo inefable». No. El ser humano es inseparable de su lenguaje. El viejo consejo de Píndaro: «Sé lo que eres», el más reciente de Goethe: «Sepamos descubrir, aprovechar lo que la naturaleza ha querido hacer de nosotros», pueden cumplirse tan sólo por la posesión del lenguaje.

El alma humana es misteriosa y en todos nosotros una parte de ella, es decir, parte de nosotros, se recata entre sombras. Es lo que Unamuno ha llamado «el secreto de la vida», de nuestra propia vida. Y el lenguaje nos sirve de método de exploración interior, ya hablemos con nosotros mismos o con los demás, de luz con la que vamos iluminando nuestros senos oscuros, aclarándonos más y más, esto es, cumpliendo ese deber de nuestro destino de conocer lo mejor que somos, tantas veces callado en escondrijos aún sin habla de la persona.

La palabra es espíritu, no materia, y el lenguaje, en su función más trascendental, no es técnica de comunicación, hablar de lonja: es liberación del hombre, es reconocimiento y posesión de su alma, de su ser. «¡Pobrecito!», dicen los mayores cuando ven a un niño que llora y se queja de un dolor sin poder precisarlo. «No sabe dónde le duele». Esto no es rigurosamente exacto. Pero ¡qué hermoso! Hombre que malconozca su idioma no sabrá, cuando sea mayor, dónde le duele ni dónde se alegra. Los supremos conocedores del lenguaje, los que lo recrean, los poetas, pueden definirse como los seres que saben decir mejor que nadie dónde les duele.

Einstein y Dios

¿Fuerza de voluntad o Infierno?

Salvación - Alejandra Pizarnik



Se fuga la isla.
Y la muchacha vuelve a escalar el viento
y a descubrir la muerte del pájaro profeta.
Ahora
es el fuego sometido.
Ahora
es la carne
la hoja
la piedra
perdidos en la fuente del tormento
como el navegante en el horror de la civilización
que purifica la caída de la noche.
Ahora
la muchacha halla la máscara del infinito
y rompe el muro de la poesía.













Mi Hada


Tengo en mi cama una Venus en llamas, La Gioconda de Vega, a Julieta enamorada.
Tengo en mi lecho un lienzo de seda, el ring de Bonavena, un Artaud de dos plazas.
Tengo en la alfombra un gato persa, tres velas y a Campanita enjaulada.
Tengo en la mente una comedia de Shakespeare, a Werther, un mito de Ossian.
Tengo en el pecho a Eva, a Rembrandt, a Goethe, a Hesse, a Frida.
Tengo en la puerta un Laberinto, un tinto, una rima de Miguel Ángel.
En mi Babilonia yace Polifemo, Dionisio y, vestida de blanco, mi Hada.

Mártires del mañana


Y sobre el mar ya se apresta un coro de sirenas. Los siete que quedamos levamos anclas bien cargadas y desechamos las redes intelectuales entre los hombres de la taberna. Miguel, siempre contento, carga el fusil que se ciñe como una flecha con veneno y tararea despacio La Canción del Libertador. Las sirenas se acercan y la bárbara espuma como grotescos pensamientos choca contra la proa del buque. El fénix realza su canto y la barca se eleva mientras Miguel grita Tierra, mientras los hombres clavamos espuelas y como aquel general Güemes levantamos la bandera de la aurora, ya caliente e inmortal entre las olas que pululan en las costas. Nos gritaron locos aquellos pobres borrachos, y lo veo a Manuel con una sonrisa desencajada y el grito patrio en la quijada.
Quedan lejos los arrabales y los mártires combatientes del ocaso dictador. El fénix abreva la barca y carga los fusiles. Se reza La Esperanza, se leva el ancla, canta su canción el cañon y, de golpe, notamos garfios, un dolor en el pecho y la sonrisa de Miguel se hace carcajada.


Zummm...

¡Zuuuuuum! Pasó el sistema (se fue a la mierda).
¡Zuuuuuum! La molécula compuesta de átomos minúsculos también trabaja.
¡Puag! Todo. Todo.
El problema de la teoría es la distancia que lleva inmersa en la práctica.
El problema de la conjetura es que siempre supone una desviación, por minúscula que sea: sea Dios, el arquetipo, o el sabio Demiurgo; todo pasa.
Y ¡Zuuuuuum! Cayó el sistema.
Y ¡Zuuuuuum! Explotó la bomba; todos callan. Las miradas siguen, pasan de largo. Llevan sus cinturones bien puestos y el paraguas en la mano. Las piedras caen y ellos se refugian en su plástico . ¡Lo ven! Yo sé que lo ven, pero…
Y ¡BUM! Ya cayó, ya inmortal, ya yace en el pasto el arte. Se descompagina en múltiples fragmentos: espectro de colores. ¿Quién supone rayos ultravioletas en él? Nadie, nadie, nadie, (todos). Árbol joven cortado, apoyado en el árbol viejo y hueco: Caen juntos: uno por su corte, aquel por el vacío, por su muerte.
Y ¡Zas! Amalgama de locuras. Todos fríos, miradas perdidas. “¡Dios a muerto!”, gritan, (pero lo saben: murió hace tiempo). “¿Qué dices? ¡Estúpido, calla!”... el arte, el siempre salvaje arte, fénix, sabia del hombre, fruto del logos. Un Ayax muerto para esplendor del público; aplausos, gritos y mucha esperanza. Y el mar que ya no sufre, se despedaza, se rearma: son moléculas de agua…
El río pasa… siempre el mismo río ¡Qué sabrán! Creo en mi absoluto, en mi alma dominada, sin dudas, autoritaria alma, vagabunda... salvaje… salvaje alma.

“Che, ¿Cómo estás?”, me preguntás. Y yo te digo que bien, que el fénix va naciendo, le faltan plumas y ese dorado intenso; le falta coraje y huevos; un poco de vino, de locura (¡Lunática ambrosía!); y sobre todo… Compañeros.

El ladrón de caridad



1998. Sudán. Campamento de refugiados de Ajiep. Más de 100 personas mueren al día esperando una ración de arroz que llevarse a la boca. La peor y más ignorada crisis de hambre de la historia del país africano está en su punto álgido. La comunidad internacional, después de meses de desidia, consigue introducir ayuda en el país. El fotógrafo británico Tom Stoddart acompaña a una unidad de Médicos sin Fronteras hasta el campamento. Allí, en una de las interminables colas para recibir la caridad, capta la imagen de un niño lisiado mirando desconsoladamente a un adulto con una bolsa de cereales. La fotografía no cuenta que, cinco segundos antes, ese adulto había arrancado la bolsa de las manos del pequeño. El fotógrafo fue acusado de pasividad, recordando tristemente la historia de otra trágica fotografía.




Sudán es uno de los 20 países que concentran el 80 por ciento de la desnutrición de las personas menores de 5 años.
Las consecuencias de una nutrición insuficiente "en especial en mujeres embarazadas y menores de 2 años- son para toda la vida, se transmiten de generación en generación y son irreversibles. La nutrición pobre causa atrofias corporales y discapacidades mentales, conduciendo a reducir la potencialidad del éxito educativo y laboral.