Dalí y sus arcángeles



Pasiones subsidiarias, gustos y disgustos anexos.

Dios y los ángeles

Decido fotografiar al propio Dios. La tentativa es tan legítima como la de tantos pintores, y sobre todo Miguel Angel, que nos ha legado un Dios, especied e arquetipo muy anciano, radical-socialista, suerte de Jaurés en el cual los pseudoángeles trovadores de largos cabellos premíticos, de puntillas promonárquicas, la juventud hoy ya no puede creer. En plena Revolución Francesa, mientras se exaltaba a la diosa Razón, se busca en Perpignan el metro, esa medida universal, estableciendo el paso más metafísico de la humanidad. Vea el espectro del metro en los cuadros propiamente llamados metafísicos de Chirico, el de Lorca, el del Apocalipsis, y el que Dalí va a utilizar para la foto matemática de Dios.


Sobre el orgasmo: Los padres de la iglesia reconocen que las visiones celestes y los éxtasis de los santos los mojan.


Sobre los libros: Gala, liturgia viviente de nuestros libros sacralizados.


Sobre el cuerpo de la mujer: El rostro de la mujer, para ser erótico, debe ser soportablemente desagradable.


Sobre la energía interna: El mejor de todos los fosfenos.

Sobre las jóvenes: Los pederastas, a la inversa de las jóvenes, cuanto más vírgenes, más ricos.


Sobre los niños: La cabeza demasiado pesada de los niños, tan pesada como una rosa mojada de rocío cuando arranca, con su peso excesivo, su tallo.


Sobre la gastronomía: En toda comida importante: la nuca protegida por pesadas cortinas, y el espectro de la muerte de Marco Aurelio.


Sobre el trabajo: Trabajo babeante de satisfacción, y con todos esos “Tours de France ciclistas” que trabajan para mí, es decir, la noosfera.


Sobre la montaña: Las montañas, de lejos, son como Bach. De cerca, sus rugosidades son las hemorroides del paisaje.

¡Como aparece ante mí, auténtico, sutil y sublime, el grito de San Juan de la Cruz! Ven muerte, tan escondida que no te sienta venir/ Porque el placer de morir me pudiera dar la vida.

¡Allí está el alma española en su esplendor! ¿Cómo no sentir, después de estas palabras, la insipidez burguesa de Montaigne? ¡Oh, muerte sin ser presente, yo te conjuro para que llegues por sorpresa, pues te amo demasiado y la voluptuosidad de tu beso toca mi voluptuosidad de vivir! Rilke dijo que morimos todos de nuestra propia muerte. Que la deseemos oculta no impide que la queramos cada día en su vestimenta fantástica.

Dalí me dijo - Louis Pauwels




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